DIOS LAMENTA A MOZART & CÍA. |
A ese tal Mozart habría hecho bien Dios en no crearlo: hizo falta un montón de horas extras para una existencia de meros treinta y cinco años. Debió haberse contentado con crear la paradisiaca tarta Sacher o las Mozartkugeln
del señor Fürst. ¿Pero al propio Mozart? ¡Qué va! ¡Hay que ver los hiperactivos, qué pesados! Para cada fracción de sus preciados segundos requerían una eternidad, o dos.
Muchos parecían una pérdida de tiempo, y no los menos: jóvenes estrafalarios como un Schumann o un Schubert. Y todos reclamaban atención, muchísima atención. Artistas, señor mío: niños díscolos y caprichosos
que no paran de dar la lata hasta que en algún sitio alguien - con seguridad el viejo Bach - les diga: «¡A ver si os calláis, que no logro escuchar mi propio oratorio de Navidad ni mis variaciones Goldberg!»
Habría sido mejor que no creara a ninguno de ellos, pues nunca entendió los malabarismos con sus notas. Pero precisamente aquel día, el día de las cosas sencillas y cotidianas,
cuando al mundo se le deslizó una música que hizo enmudecer a ese mismo mundo, se encontró de pronto de rodillas Dios rezándose
a sí mismo. Para que nada, nada se perdiera.
Luuk Gruwez (título original: God betreurt Mozart & Co) © Traducción española: Diego J. Puls 2005 (con ocasión de una velada poético-musical celebrada en la Fundación Carlos de Amberes, Madrid, 2005) |