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CUENTO DE HADAS

 

 

Ya yacía en la vitrina de la carnicería

junto a las morcillas, el pan de carne y las vísceras

y el jamón de Parma o de la Selva Negra:

mi hijito de dos años recién fallecido.

 

Lo habían despojado de sus ropas,

embadurnado bien de gelatina

y cubierto con lonjas de tocino.

Apenas si tenía pinta de finado.

 

Aún quería, aún debía yo olisquearlo,

cerciorarme de que estuviese fresco,

pero olía sólo a salchichón de ajo.

Aún quería, aún debía yo besarlo,

 

pese a su condición entonces de imbesable,

porque rara vez son besables los muertos.

Evoqué pues sus pañales de bebito,

sus biberones y su nariz moqueante,

 

la carita de asombro que él puso

aquella vez que, alzado en brazos, contempló

un campo inundado de amapolas,

al enanito Dios y al chanchito Gourmet.

 

Y aquella noche, en su cuarto de niño,

agarré con ambas manos mis dos pechos,

los rodeé con una cuerda bien ceñida,

y de un corte seco me los amputé.

 

 

 

Luuk Gruwez (título original: Sprookje; extraído de: Allemansgek [Loco de todos], p. 9)

© Traducción española: Diego J. Puls 2004

(con ocasión del XIV Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2004)