Menu Content/Inhalt
HERMANO

 


–Es duro –dijo–. Coño, es durísimo.

E injusto. Es la primera vez que pierdo peso.

 

Afuera todavía el otoño, un maizal sin límites,

ha resonado la palabra: límite, limitado.

Ya no pronunciará ninguna otra palabra.

 

En el esófago el tubo de plástico.

Se pasa horas hipando. No puede tragar.

 

Queda algo de movimiento en la mano derecha

que soporta a la izquierda como un craso lirio.

La mano le levanta el pulgar.

Continúa haciendo señas hasta en el último debilitamiento.

 

Se le ha puesto una piel blanca, de niño.

Aprieta con fuerza mi mano temerosa.

 

Me pongo a buscar un parecido, el nuestro,

la intranquilidad de ella,

la impaciencia de él (nunca tuvo tiempo para tener tiempo),

la desconfianza y la credulidad de ambos

y voy a parar a nuestro primer pasado,

el de un mundo como un prado lleno de ranas,

como una acequia llena de anguilas

y luego las apuestas, el ping-pong,

las reglas de la casa, las 52 cartas,

los tres dados

y siempre ese apetito desmesurado.

(Envejezco en tu lugar,

como faisán y huelo el bosque.)

 

Ahora su morada es estrecha.

La máquina respira por él.

Le aspiran la mucosidad.

Resuena el diafragma,

y luego el último movimiento: un guiño lento y pesado.

 

Reencarnación. Ordenación. Amputación de una parte.

El cuerpo aún reduciéndose

y luego, de repente, en su cara que estaba muerta

un fruncimiento y un calambre

y luego una mirada fija, furiosa,

insoportablemente transparente, la ira y el terror

de un tirano. ¿Qué ve? ¿Me ve a mí, un hombre

que se vuelve, cobardemente soprendido por sus lágrimas?

Luego llega la mañana y sueltan las correas.

Y él para siempre

 

 

 

Hugo Claus (título original: Broer; extraído de: De sporen [Las huellas], 1993)

© Traducción española: Diego J. Puls (en colaboración con Carmen Bartolomé Corrochano), publicada en «Poesía contemporánea en lengua neerlandesa», Stichting Ons Erfdeel, Rekkem (Bélgica), 1993.