SÓLO TENGO DOS CLASES DE FOTOS... |
Sólo tengo dos clases de fotos en las que apareces sonriendo: en unas sales con tus hijos, hasta que tienen unos ocho años, y en las otras con tus nietos. (El mayor ya ha cumplido los trece pero todavía no está en la edad rebelde, buena gente.)
Lo acontecido entre unas fotos y otras puede apreciarse en los cinco frascos homeopáticos que guardas en tu botiquín, provistos de primorosas etiquetas: «miedos», «depresiones» (dos), «aprensión», «pánico». Dramáticos
combates recurrentes de tres gotitas contra el mar. Seguiste siendo maestra. Un señor mezquino pero en mujer. Creíste perder todos los días un poquito durante veinte años seguidos era menos terrible que perderlo todo de una vez.
Y luego, con algo pequeño en brazos, volviste a sonreír. Después de todo lo que a lo largo de la vida te había resultado demasiado grande. Así, en la foto de bodas de tu hija, te yergues veciendo tu dolor de espalda,
bien derecha, como un clavo torcido al que hubieran enderezado a martillazos. Y sonríes, tras la muerte de tu marido, tus hermanos, tus hermanas, tus amigos —una lista que parecía hacerse interminable—
como sonríen los cristales rotos bajo el sol.
Herman de Coninck (extraído de: De hectaren van het geheugen [Las hectáreas de la memoria], 1985) © Traducción española: Diego J. Puls (en colaboración con Carmen Bartolomé Corrochano), publicada en «Poesía contemporánea en lengua neerlandesa», Stichting Ons Erfdeel, Rekkem (Bélgica), 1993. |