K. SCHIPPERS, ¡ESCUCHA ESTO! |
Había un reportaje.
Alguien en un campito lleno de colores decía: la verdad es tan amarga que una parte se la callan.
En la fiesta organizada hace poco en honor del idioma en uno de los lugares de encuentro mundanos de los que también hay en mi lugar de residencia, descubrieron detrás de una cortina anaranjada a una familia sin palabras.
Mientras sonaba la protesta taimada y sangrienta de la palabra «la», pese al discurso lento y demacrado de la palabra «un», por el razonamiento cuadrado e inamovible de la palabra «el».
Un hombre le dijo a la familia: ¡váyanse! La familia tiró de una cuerda, se abrió una escotilla, la verdad se cayó al agua.
Mentira, no era más que una parte de la verdad, aquella mano, aquella boca, aquel músculo, idioma espeluznante en el cuerpo.
Mientras, la mujer del hombre miraba un cuadro colgado en la pared y veía colores cuyos nombres no atinaba a recordar.
Pero sí recuerdo varias canciones, parecía que quisiera decir.
Me las sé por lo menos por la mitad, aunque la mayoría de los finales los olvidé.
De la pared colgaba una casita coronada con un sol y mucho cielo.
Veo veo una casita, una casita, una casita, y un sol con sonrisita...
La mujer miró a ver si alguien la escuchaba, con esa mirada típica de los artículos.
El cielo abraza a un pajarito...
La mujer miró a ver si alguien la veía callar, con la mirada típica de una cortina y vio a la familia sin idioma mirando el cuadro.
El naranja le pareció inmediatamente fascinante.
Había un reportaje desde Chechenia o las Molucas y alguien en un campito que decía: La verdad es tan amarga que una parte se la callan.
La familia no vestía ropa de domingo, pero no por eso le faltaba color.
Les gusta el vino, o prefieren una cerveza o un té, preguntó el hombre cuando había vuelto a subir arriba. Se paró junto a su esposa y le susurró algo al oído. Sí, le dijo ella, en todas partes hay guerra, allí también, mira.
Sin mirarlo, señaló el cuadro colgado en la pared. El hombre vio una casita con un par de ventanas cerradas y otra de la que salía algo.
Bonito color azul, dijo, y aquel marrón también me agrada. El negro me parece bastante sarcástico y el rojo me resulta muy exagerado. Pero ese amarillorrosaverde acuoso me hace reír.
La familia comió de la torta gigantesca que había encima de la mesa. Ésta tenía forma de participio presente.
La cortina se movía levemente con la brisa que soplaba por la ventana.
Hay una ventana abierta, dijo el hombre.
Sí, dijo la mujer, es hora de cantar unas canciones.
En el cuadro colgado en la pared la gente iba de acá para allá gesticulando clamorosamente.
El cielo ahoga a un pajarito, a la una, a las dos y a las... ¡tres!
La hija más adjetiva de la familia se acercó al espejo y echó una mirada atrás. La madre tomaba té.
Estás todo mojado, le dijo la mujer al hombre.
No, contestó él, esa parte viene ahora.
Arjen Duinker (título original: K. Schippers, moet je horen!) © Traducción española (para Hispanoamérica): Diego J. Puls 2002 |