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UN ESTRIBILLO

 

 

La luna alumbra las esquinas,

los perros pasan vagando.

 

El sol alumbra las esquinas,

los perros pasan vagando.

 

Dicen que una de las esquinas

es el corazón de una mujer,

mujer de ojos destellantes.

Dicen que una de las esquinas

es el arma de una mujer,

mujer de boca que canta.

 

Una palabra azul se precipita en las esquinas

y los muchachos están ahí, fumando.

 

Una palabra negra se evapora en las esquinas

y las muchachas están ahí, riendo.

 

También dicen que la mujer

debe su esquina

a las apuestas de caballos.

Pero suena el timbre.

Junto a la puerta sisea un muchacho,

un cigarrillo detrás de la oreja:

 

«Señora, es usted tremendamente hermosa.»

 

El azul y el negro de los ojos

es el pelaje de los perros.

 

El azul y el negro de los ojos

es la distancia entre la luna y el sol.

 

«Podríamos ver si llegamos a un acuerdo.»

 

Un hombre con traje de domingo

lanza un silbido con los dedos.

Dicen que circula en un coche

con placas de matrícula ilegibles.

Los perros no se atreven a ladrarle,

las piedras cruzan barro y polvo.

 

El viento sopla en dos las sombras

y el hombre pasa vagando.

 

El viento sopla en dos las sombras

y la mujer está sentada en un banco.

 

Dicen que sus ojos destellantes

buscan algo perdido en la Historia.

El hombre saca del bolsillo

una armónica y separa las piernas.

Dicen que es alguien que entiende

del ritmo pelado e interior.

 

La mujer ve pequeñas flores rojas,

los muchachos evocan la lejanía.

 

La mujer ve pequeñas flores amarillas,

las muchachas están ahí, fumando.

 

«Señor, ¿de qué color es su coche?»

 

Dicen que la mujer

en épocas sin sol ni luna

reúne en torno a sí a los perros.

También dicen que el olor

de sus palabras mantiene

a los perros en dos calles.

 

«¡Tóquese algo que nos haga sentir la dicha!»

 

La armónica detiene el soplido del viento,

la esquina señala la puerta de la ciudad.

 

La armónica hace que sople la Historia,

la puerta abre paso a los caballos.

 

El hombre olvida a los muchachos

y la niebla que los envuelve.

El hombre olvida a las muchachas

y la amplitud de sus sonrisas.

Dicen que ama las calles de asfalto

y los canales y a sí mismo.

 

Los ojos destellan fuera de la mujer,

las flores se vuelven líquidas.

 

Los ojos destellan en dos calles,

las flores se vuelven meticulosas.

 

Dicen que chupar una armónica

protege a las piedras

contra la sequía.

Dicen que chupar una armónica

resiste el paso

de más de mil cascos.

 

«¡A mí no me engañas con ese traje!»

 

Los perros se acurrucan unos contra otros

y la mujer maldice a la luna en medio de ellos.

 

Los perros se acurrucan unos contra otros

y el hombre hinca el diente en el sol.

 

«¿Y tú qué? ¿No hemos llegado a ningún acuerdo?»

 

Los muchachos están ahí, fumando.

dicen que el hombre se ríe

de las moscas en los cadáveres.

Las muchachas están ahí, fumando.

dicen que la mujer se ríe

del dolor que es sensorial.

 

Las pulgas saltan al barro.

 

Las calles convergen en un punto.

 

Las sandalias encuentran algo en el polvo,

las calles atraen a las cotorras.

 

El azul y negro de los ojos

destella más intensamente que la armónica

y más densamente que las flores.

El insomnio de la mujer

es más frío que el agua helada

en que la armónica se esfuma.

 

Dicen que el hombre se estremece

al ritmo interior de los caballos.

 

Dicen que la esquina

surge de nuevo del humo de un cigarrillo.

 

«Y la mujer está por ahí cantando, dicen.»

 

 

 

Arjen Duinker (título original: Een refrein)

© Traducción española: Diego J. Puls 2002

(con ocasión del XII Festival Internacional de Poesía de Medellín 2002)