EL CÁNTARO |
Bebía junto a la fuente en la tórrida sombra de mediodía de unos cedros timoratos, olor a pescado y resina, vista al mar y a las barcas, vacío, y sus ojos se cruzaron con los ojos azules intensos de la mujer de un pescador vestida de negro, aturdiéndolos. Ella se detuvo, al tiempo que sus ojos hundidos lo veían beber en la noche de gemidos sofocados, sed de amor y el generoso cántaro en su hombro ahora asustado, junto a una mula azul impávida; a través del asa blanca de su brazo, el mar, la rompiente bordeando sus caderas, entre ambos, acallado por las rachas de un momento de silencio:
habían bebido, viendo cómo los pescadores en sus pequeñas barcas se hacían más pequeños, las promisorias redes chorreantes de las estrellas, más rígidas, más llenas, y dos medias lunas que entraron flotando en el puerto verde, la sal marina finamente dispersada por el viento sobre el hielo picado en los vasos de una terraza con culebras negras, baldes blancos; y ella le explicó el camino a su morada (tras la subida al monte, por las callejuelas, debido a los cuchillos de los pescadores), presintiendo que él vendría, y él escaló su monte, sació la sed en su cántaro.
Tjêbbe Hettinga (título original: De krûk) © Traducción española: Diego J. Puls 2007 (con ocasión del XVII Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2007) |