CANTO DE LAS HERRADURAS DE LOS CABALLOS DE DESIDERIO ERASMO |
Al portado que flagela con ligereza de pluma le portamos hacia los látigos, los inmóviles
látigos del horizonte, los bejines de los grandes centros urbanos se abren
bajo nuestros cascos, en las nubecillas de polvo, nubecillas de llovizna; lleva un abrigo gruñón
de color café; a menudo duerme arrullado por las gotas llovidas de nuestra llamada
a las puertas de la Tierra; posadas, cortes se elevan allí donde la anilla se aferra al muro,
arde el fuego para el frágil amo y gorgotea el heno para el iracundo; allí,
en la nieve o el camino de arena, se detiene la huella de nuestras omegas; allí
se interrumpe nuestra oda monótona a las montañas los abetos triangulares, la plaza roja;
a las fuentes, la jugosa hierba y los cristos en las capillas, voces
voladoras de los pájaros, todas las gargantas que hablan y beben en las puertas de la Tierra,
las fluyentes verde esmeralda del Rin y del Sena, las arenosas del norte
de Francia e Italia; cantamos; él, la pluma parda en la silla de montar, escribe
que la estupidez está colgada como un jamón ahumándose en la posada ruidosa y ávida de guerra;
le portamos hacia los látigos, ligeramente enrollados u holgazanamente extendidos
de siglos remotos que no atienden al canto de las herraduras ni a él
H.H. ter Balkt (título original: Zang van de hoefijzers van Desiderius Erasmus' paarden; extraído de: Aardes deuren [Las puertas de la Tierra], 1987) © Traducción española: Diego J. Puls (en colaboración con Carmen Bartolomé Corrochano), publicada en «Poesía contemporánea en lengua neerlandesa», Stichting Ons Erfdeel, Rekkem (Bélgica), 1993. |