Menu Content/Inhalt
Inicio arrow Traducciones arrow Prosa arrow Kader Abdolah (1954) arrow EL REFLEJO DE LAS PALABRAS (fragmento)
EL REFLEJO DE LAS PALABRAS (fragmento)

 


 

Hojeo su cuaderno con la esperanza de recuperar más datos de aquella época. Las páginas no están numeradas; las numero yo a lápiz en el ángulo inferior derecho. En la ciento treinta y cuatro descubro una serie de pequeños dibujos que parecen representar lunas: una nueva, una creciente, una media luna, una menguante, una llena y, de pronto, una oscura y otra roja.

 

Del primer período de su vida le había quedado una costumbre muy especial: donde quiera que estuviese y cualesquiera que fuesen las circunstancias, las noches de luna llena nunca salía de casa. Cuando todos dormían, apoyaba la escalera contra la pared, subía a la azotea y se instalaba allí a mirar la luna, canturreando.

 

¿Canturreando?

 

¿Qué podía canturrear, si no se sabía ninguna melodía ni letra, ni conocía ningún canto del eternamente enamorado poeta medieval Baba Taher, ni había oído hablar de los poemas amorosos del famoso líder sufí?

 

Aquella luna llena se la había llevado consigo de Ispahán. La noche de Ispahán estaba repleta de estrellas y la luna colgaba como una lámpara celestial por encima de las mezquitas encantadas.

 

Si uno se encuentra en la plaza de Nagshe Yahan en una noche clara y extiende los brazos, puede poner la luna en la palma de su mano. Los antiguos poetas persas siempre la atrapaban de ese modo en sus versos.

 

A Aga Akbar también lo cautivaba aquel cielo. En sus noches solitarias subía a hurtadillas al tejado de la mezquita de Yome, se sentaba en el suelo, se rodeaba las rodillas con los brazos y se quedaba mirando la oscuridad. La noche lo unía con lo inexplicable, con Alá y con el amor. Tal vez la mejor manera de describirlo sea citando los siguientes pareados de un antiguo poema épico:

 

Az neistan chon mara bobidré an

az nafiram mardo zan nalidé an.

Sine jaham shárhe shárhe az feraj

ta beju yam sharhe dárde esh tiyaj...

 

Todo persa conoce este poema, o al menos estos cuatro versos, que se cantan cuando se está enamorado.

 

Si bien Akbar nunca pudo oír la letra, canturreaba esa canción.

 

Trata de una caña que es cortada del cañaveral para fabricar una flauta. La caña se queja así:

 

Desde el preciso instante en que me cortaron

todos me tocan y comparten conmigo sus

nostalgias, sus anhelos.

Yo también busco un corazón que el anhelo

haya quebrado

para compartir con él mi propia nostalgia.

 

Un buen día pedí prestado un proyector de películas. Al caer la noche, cuando salió la luna llena y mi padre se disponía a trepar hasta la azotea por la escalera de mano, lo agarré de la manga y le dije:

 

—¡Ven aquí! Voy a enseñarte algo.

 

Él se resistió; quería ir a ver su luna.

 

—Escúchame, no hace falta que subas al tejado. Te tengo preparada una luna en el cuarto de estar.

 

No entendió.

 

—La luna —le indiqué por medio de gestos—. La he metido en ese aparato. Para ti. ¡Ven a mirar!

 

Mi padre esbozó la típica sonrisa que exhibía cuando no entendía lo que intentaba explicarle. Le acerqué una silla y corrí las cortinas.

 

—¡Siéntate! —gesticulé antes de apagar la luz.

 

Él vaciló un momento y luego se sentó, con la mirada fija en la pantalla.

 

Encendí el proyector. Primero aparecieron unas palabras en inglés, seguidas bruscamente de una luna nueva. No se percibía aún ninguna reacción por parte de mi padre, que continuaba observando en silencio. De forma sucesiva fueron surgiendo en la pantalla una luna creciente, una media luna y una luna llena. Mi padre se volvió y me buscó con la mirada, detrás del aparato.

 

Ésa no era la luna de Ispahán, sino la de Estados Unidos, inalcanzable y con un fondo azul oscuro. A continuación, la pantalla mostró el Apolo XI.

 

¿Era capaz mi padre de entender la relación existente entre la luna y el Apolo XI?

 

Unos minutos después, el cohete alunizaba y, por primera vez en la historia, el hombre ponía el pie en la superficie lunar. Apagué el proyector y la luna desapareció. Mi padre permaneció sentado en la silla con las manos apoyadas en las piernas, como si estuviese rezando. No encendí la luz; dejé que siguiera un momento más así. Me quedé mirándolo, mirando a mi querido y anciano padre. Sólo apreciaba su sombra y su cabellera gris, centelleante en la oscuridad.

 

 

 

Kader Abdolah (título original neerlandés: Spijkerschrift; publicado por editorial De Geus, Breda 2000)

© Traducción: Diego J. Puls (publicado por Ediciones Salamandra, Barcelona, 2006)