BAJO EL ASFALTO |
El calor gemía como un perro y la luz del sol bañaba mi Gran Atlas Planeta desde el alto ventanal. Yo me sabía Appelscha y la India, América, Nueva York y Wolvega y que junto al puntito rojo estaba Stork. El mundo, nos enseñaban, era redondo y en las antípodas de nuestra aula al amparo del día quedaba Nueva Zelanda, donde era de noche.
Aquella tarde pasé por un paso de cebra y leí las grietas del asfalto. Ahí dentro está oscuro –me dije– y vi a dos pescadores a la luz de una farola. La luna alumbraba una caja fuerte abierta. Un saquedor enterraba el botín. En algún lugar, un carnicero pálido salía de su tienda flotando en su propia sangre.
¿Qué sabía yo de las malas pasadas de la noche cuando uno se encuentra sin amigos ni dinero? Levanté la mirada y me dio por pensar que el sol sólo existía para mí, nacido en una aldea indestructible en la infinidad de mayo.
Menno Wigman (título original: Onder het asfalt; extraído de: Tien gedichten [Diez poemas]) © Traducción: Diego Puls, con la colaboración de Carmen Bartolomé Corrochano |