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IBIZA

 

 

Ibiza está dominada por la sensación de insularidad de la diosa celeste Tanit – es imposible tomar las de Villadiego: confrontación consigo mismo y con los demás.

El primer encuentro en Ibiza es, naturalmente, con Jan-Gerhard Toonder –practicante de yoga–, que te atiende haciendo el pino, las piernas cruzadas en la nuca, un hombre afable que gentilmente te ofrece ayudarte a buscar un chalet para pasar la temporada.

El calor indolente durante el día no dio lugar a mucho más que a un dolce far niente, con cotilleo, conversaciones de trabajo y alguna zambullida desde las rocas.

El único texto que allí escribí (en tres idiomas: neerlandés, inglés y español) ocupaba 1 página mecanografiada; la inauguración de una exposición de pinturas de Jan Cremer en la Galería Vedra; había trabajado en ello a marchas forzadas durante un mes para pagar sus deudas de temporadas anteriores.

Velada memorable aquella en la que compartimos una infusión de estramonio: las peores alucinaciones.

Asimismo con fines contemplativos Steef Davidson, que volvió de Tánger con una cantidad de marihuana adquirida por cuenta común; fue saludado con vivas y aplausos.

En el puerto de la capital, Jean-Jacques Lebel demostró en medio de una multitud lo que se puede hacer con un coche de bomberos provisto de una manguera extensible de cien metros de largo; también me ayudó a preparar el happening «Abrid el sepulcro», que organicé en 1962 en Ámsterdam. Para entonces, Ibiza ya había quedado atrás; nunca más he vuelto a pisarla.

 

 

 

Simon Vinkenoog

(Texto incluido en el catálogo de la exposición «¡Vamos! 50 años de artistas neerlandeses en Ibiza», Ámsterdam/Ibiza 2007)

© Traducción española: Diego J. Puls