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DELICIAS TURCAS (fragmento)

 


 

Una olla de afeitar llena de endibias

 

Cuando ella me dejó, mi vida pasó a ser un verdadero desastre. No trabajaba, no comía. Me pasaba el día tirado en la cama entre las sábanas sucias y pegaba fotos suyas –unas comunes y otras en las que aparecía desnuda– en la pared cerca de mi cara, y a la larga creía ver sus pestañas llenas de rímel moviéndose mientras me hacía una paja. Y sus labios llenándose y retorciéndose húmedos hacia mí, y creía oír los sonidos que emitía al acabar, fuertes como al principio, cuando todavía no había aprendido a reservarse el placer para sí y para mí, sino que lo participaba de viva voz a todo el mundo, provocando que una vecina le preguntara: «¡Pero,¿qué te hace?!». Y que un vecino me dijera: «¡Ni que tuvieran una camada de cachorros!». Releía sus cartas y transcribía algunas de sus frases en las paredes: «Después de abandonarte, tuve que ir corriendo a la farmacia para comprar algodón hemostático, que necesitaba para mantener mi corazón en forma». Y: «Ayer por la tarde, el heno se olía hasta aquí, en la ciudad. Te extraño muchísimo. Mientras te escribo, mi concha hace movimientos succionantes, como la boquita de un bebé». Me devanaba los sesos pensando una y otra vez qué podía haber salido mal, por qué me había abandonado por ese imbécil, ese viajante de comercio, ese cabrón desgarbado de espalda encorvada. Me empezó a doler el cuero cabelludo de tanto pensar y hurgar. No llegaba a ninguna conclusión, no lograba entenderlo. ¿Cómo había podido dejarse envenenar de esa manera por esa arpía que decía ser su madre? Y entonces volvía a hacerme una paja frente a aquella foto en que aparece desnuda de espaldas. Por un instante, se incorpora levemente haciendo que sus nalgas pesadas queden colgadas hacia abajo. Y yo gritándole: «¡Caga, caga de una vez, que yo te lameré la mierda del culo!» Pero a los quince días me harté y salí de la cama. Demacrado y sucio. En la cocina, dentro de una cacerola, encontré lo último que ella había hecho en casa: dos albóndigas que yacían en un lecho sedoso de moho. Cuando las eché al inodoro y tiré de la cadena, me dieron ganas de reír y de llorar al mismo tiempo, pensando en la albóndiga que había remitido al Servicio Nacional de Inspección de los Alimentos en la época en que sus padres la habían metido en un internado. Me duché restregándome el cuerpo con el esqueleto del pepino de mar en que habían quedado aprisionados sus pelos colorados como hilos de nylon. Y me vestí con mis mejores galas y me miré atentamente en el espejo. Me pareció que con mi cara delgada y mi frondosa melena rebelde, mis pantalones negros ajustados y mi chaqueta de cuero negro, mataba. Y me dije a mí mismo en voz baja y con toda seriedad porque no me causaba ninguna gracia: «No hay mal que por bien no venga». Mi manera de reaccionar se parecía a la de aquel judío al que un amigo descubre saliendo de un prostíbulo el día en que acaban de enterrar a su mujer y le dice: «En mi dolor, no veo lo que hago». Empecé a hacer el amor con una tras otra. Las arrastraba a mi cueva, les arrancaba la ropa del cuerpo y no paraba de montármelas. Y al cabo las despachaba después de una copa tomada a las apuradas. A veces llegaba a tener tres por día. De tetas grandes colgándoles del cuerpo como ubres, listas para chupar. O tetitas arrugadas, muy poquita cosa como para acariciárselas. En ese caso, era mejor que se quedasen con la camisola puesta. Matas de vello púbico, áspero como la hierba de mar, suave como la piel de zorro. Conchas secas con verrugas por dentro. Desagradables al tacto, pero un placer para la pija. Conchas que no llegabas a ver porque las escondían detrás de una mano. Conchas suaves y húmedas como una torta de crema. Mujeronas caderonas y aguerridas con acento de Rotterdam, que me sostenían la verga como si fuera el mango de una taladradora. Que después de hacer el amor querían ponerse enseguida a lavar los platos, pasar un trapo de piso y limpiar el baño. Mocosas que, con la nariz apoyada en tu pecho velludo, se desahogaban llorando y te contaban que a los quince años las había violado el padre. La indonesia que se las daba de virgen y que me preguntaba con su entonación gangosa qué le estaba por hacer. «Te voy a separar los muslos y te voy a meter la verga y te voy a coger hasta que deje de oler ese aliento tan dulce que tienes. ¿A ver esos labios pegajosos? Deja que te cuelgue la lengua afuera, que me la como toda». El dolor de cabeza apestoso con el que me despertaba cuando alguna había escondido una compresa debajo de la cabecera del colchón. Con la sangre de color marrón negruzco como la melaza. Las ladillas que ellas te pegaban como escamas en la piel, con saludos incluidos de muchos amigos de países remotos. Y todos esos encuentros fugaces los iba anotando en un diario. A menudo con un mechón de pelo pegado en la página respectiva, o de vello púbico si lograba convencerlas. Añadiendo cómo las había seducido, o a veces ellas a mí. Y lo que habían dicho, y lo que había dicho yo. Porque no hay nada más atractivo para una mujer que un hombre que sufre por un amor perdido. Pero al cabo de unos meses me cansé. Volví a calmarme un poco y alquilé el salón de mi casa a dos estudiantes norteamericanas a las que no puse un solo dedo encima. Estudiaban Historia del Arte y colgaron en la pared, entre una reproducción del Cordero de Dios de Memling y el inevitable autorretrato del loco de Arles con la venda en la cabeza, una serie de frases en inglés, entre ellas: «THERE´S NOTHING SADDER THAN ASSOCIATIONS HELD TOGETHER BY NOTHING BUT THE GLUE OF POSTAGE STAMPS» Y «ONE WHO PUTS SALT IN THE SUGAR BOWL IS A MISANTHROPE».

 

 

Jan Wolkers

Título original: Turks fruit, editorial Meulenhoff, Amsterdam, 1969

Publicado en español por Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2009

 

Sitio web de la editorial:

http://delzorzal.com.ar/wordpress/index.php 

 

Reseña publicada por RADAR, de Página 12:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3575-2009-10-18.html

 

Blog de un crítico de La Prensa:

http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2009/10/delicias-turcas.html  

 

Un blog:

http://conejillodeindias.blogspot.com/2009_10_31_archive.html

 

Otro blog:

http://ininteresante.blogspot.com/2010/01/jan-wolkers-delicias-turcas.html