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UNOS MOSQUITOS Y UN PUENTE

 

 

Crucé un puente sobre el canal Prinsengracht. El puente mide unos veinticinco metros de largo y presenta una ligera curvatura en el centro. En los extremos tiene unos ornamentos de piedra en estilo simbolista. Ambos extremos están unidos por una reja con barras verdes decoradas situada a la altura de los pulmones del hombre, lo que implica que uno puede contemplar fácilmente el agua apoyándose en ella.

Hace poco, al cruzar el puente, vi una imagen sorprendente:

en los extremos, donde termina el adorno de piedra y empieza la reja de metal, había unas formas tubulares con aspecto de ciprés y dimensiones humanas. Estaban formadas por miles de mosquitos que se desplazaban como locos de un lado para otro.

Al seguir a un mosquito con la vista, me percaté de sus innumerables movimientos. Como una flecha, iba describiendo ángulos agudos para pasar al lado opuesto del ciprés imaginario y, una vez allí, no se lo pensaba dos veces y rebotaba en dirección contraria. Era como si los mosquitos intentaran cruzar el puente uno por uno, aunque reculando una y otra vez.

Mediante este comportamiento, los mosquitos configuraban un cuerpo perfectamente delimitado: la forma prominente de un ciprés. Estas formas tenían una sólida presencia y guardaban una clara relación con las formas del puente.

El motivo por el cual los mosquitos se hallaban a tan hermosa altura tiene que ver con el tipo y el número de capas de aire: la forma del ciprés es estrecha en la base y en la punta y más ancha en el medio. La capa inferior está limitada por aire frío justo por encima de la superficie del agua. Allí donde el aire comienza a calentarse y nos encontramos a la altura de los tubos de escape de los coches, es donde los mosquitos más cómodos están y donde la forma del ciprés adquiere su mayor anchura. Un poco más arriba, a la altura de la boca del hombre, las emisiones de carbono de los ocasionales transeúntes hacen que la forma se haga de nuevo más estrecha. Más arriba el asunto se termina.

Se echa de ver que esta maravillosa escultura se genera espontáneamente por obra y gracia de las emisiones residuales del agua sucia, los coches y el hombre. En otras condiciones climáticas, esta escultura viviente no sería posible.

 

 

 

Voebe de Gruyter (para un proyecto artístico pensado para Cuba)

© Traducción: Diego J. Puls 2009