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ERIZO Y PINO

 

Al este de la Tierra Encantada vivía Pino. El este era un territorio inhóspito y agreste, con algún arbusto solitario aquí y allá. Pino era un árbol milenario, con ramas gruesas y grandes nudos. Tenía un amigo: Erizo. Erizo era muy valiente y salía a menudo de excursión para explorar el terreno. Casi todos los días pasaba a visitar a Pino. Pino reconocía a Erizo desde lejos por el crujido de sus pisadas. «¡Ta!», decía Erizo.

—En realidad, Erizo no es un verdadero amigo —se lamentó Pino un buen día—. Lo único que sabe decir es «¡Ta!». Con él no puedo compartir mi sabiduría.

Erizo se acercó dando saltitos.

—¿Ta, ta? —preguntó olisqueando el aire con su naricita en alto.

—Déjame que mire —contestó Pino.

Erizo se quedó mirando a Pino con sus brillantes ojitos negros. Pino agitó suavemente sus ramas.

—Erizo, creo que tienes razón: habrá nieve.

Los ojitos de Erizo brillaron con más intensidad y el animalito frotó sus púas contra la corteza de Pino. «Ojalá pudiera ser como Erizo —pensó Pino—. Ojalá yo también pudiera hacer que mis ojos brillaran y pudiera pasearme como él. Ojalá fuésemos amigos de verdad.»

Pino se puso triste. Erizo se dio cuenta y también se puso triste.

—¡Ta! —suspiró Erizo.

Aquella noche empezó a nevar. Había luna llena. La nieve cubrió el mundo entero y la luz de la luna resplandecía sobre el manto blanco.

Pino estaba profundamente dormido cuando una voz interrumpió su sueño:

—¡Pino!

Y poco después, de nuevo:

—¡Pino!

Pino miró a su alrededor.

—¡Más alto, Pino!

Pino miró hacia arriba, y vio a Luna.

Luna le preguntó:

—Pino, ¿por qué estás tan triste?

—Quisiera tener un amigo —dijo Pino abatido.

—Pero ¿acaso no es Erizo tu amigo?

—Erizo no es un amigo de verdad, él es muy distinto —contestó Pino—. A mí me gustaría que fuésemos iguales. Dos pinos o dos erizos: ésos sí que pueden ser amigos.

Luna calló. Y siguió callando. Pasó como una hora, y entonces Luna tronó:

—Pino, tú eres enorme, conoces los secretos de la tierra a través de tus raíces, conoces los secretos del tiempo a través de tu corteza, ¡pero no sabes nada de la amistad! Dos pinos o dos erizos: ¡un amigo no es un espejo! ¡Ni un objeto de uso para calmar tus ánimos! Un amigo es un regalo excepcional. Es lo más maravilloso que existe en la tierra, es...

Luna resopló y pareció querer decir algo más, pero no lo hizo. Se produjo un silencio.

Pino se quedó absorto en sus pensamientos. Enterró aún más sus raíces. Después de un ratito vio a lo lejos una pequeña bola que se acercaba y le dio un vuelco el corazón. ¿Sería Erizo? ¿Qué hacía a esas horas de la noche?

Era Erizo. Había tanta nieve que le costaba muchísimo esfuerzo avanzar. Erizo llamó a Pino, estornudando con el hocico lleno de nieve:

—¡Ta, ta! ¡Ta-ta!

—Sin duda, Erizo —contestó Pino—. Es la noche más hermosa de todos los tiempos.

Pino emitió un bramido, su corteza se transformó y apareció una escalerilla.

—Sube. Desde aquí lo verás todo mucho mejor.

Erizo subió. Al final de la escalera había un rellano donde guarecerse. Allí se acomodó Erizo. La nieve relucía a la luz de la luna y las vistas eran de una belleza indescriptible.

—¡Ta! —exclamó Erizo muy impresionado.

Pino le miró. Nunca había visto a Erizo tan contento y se puso a contemplar el paisaje igual que él. Luna pareció resplandecer un poquito más. Pino se sintió feliz. Tan feliz como Erizo.

 

 

 

Sylvia van der Made (para un proyecto de publicación en España)

© Ilustración David Booth 2011

© Traducción española: Diego J. Puls, con la colaboración de Gonzalo Fernández