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SANTA MARÍA DEL MAR

 

 

      I

 

   Arena en tu pelo y el mar que depone

sal en tu herida evocando olas remotas,

   cortante como mis conchas en tu camino

hacia el mar, tajo en la suela de tu alma

   de terciopelo azul, que con esbeltos tacones

de madera conminó a la prudencia a tus

   contoneadas caderas por venir de un ir.

De agua tu mano en pos de la mía, la noche

   dentro y tu boca que muerde y se come

los anillos de tus orejas desnudas y ardientes.

 

 

      II

 

   Como amodorrados por tus labios

salados, justo detrás del eterno murmullo

   del mar (que al ver tu boca clamorosamente

oculta, cuelga en el cielo sus espejos),

   los peces sueñan nadando entre tus piernas

y tú —mujer pescado— pregonas mi arribada.

   ¿Sabías que aquí los pescadores creen

—susurra retorciéndose mi lengua,

   cual gimnasta en los anillos de tu oreja—

que con tu vientre eres capaz de hundir flotas?

 

 

      III

 

   Y juntando tus piernas cancerberas,

tu cuerpo intenso y estirado se zambulle

   en el mediterráneo vidrio azul de Pablo.

Y con tus rizos mojados y azulados, contra

   un cielo verde de días y amarillo de lunas,

parte el teleférico hacia el Montjuic primero

   tras tu pelo desplegado al viento, un avión

después, hacia los frescos, troposferas.

   Y el mar se llena de olvido, donde tu impronta

—esbozo y piernas— abandona vidrio azul y origen.

 

 

      IV

 

   Así como, seductora, el agua soleada

chorreando desciende por tu pelo de gato

   remojado, siguiendo alturas y bajuras

de tu piel estirada —cirujano plástico

   el mar—, ascienden en mí, lamiendo,

las llamas; por empapada que estés,

   por ti atravieso el fuego y escarbo la tierra

de tu espalda y a hurtadillas insuflo aliento  

   a tus anhelos, creando montañas

privadoras de amor que cruzaste toda sola.

 

 

      V

 

   Y con las toallas de hotel embebidas

de agua salada, en el sótano el metro,

   sobre el hombro descubierto y a las

espaldas desnudo el mar, se despliega en ti

   —de un modo muy especial— la ciudad

de los prodigios, la maraña de pelos y tu hoja

   de afeitar para la ducha de chorro firme

teledirigido para, acto seguido, el festival

   negro El Greco, que sostiene a la virgen

sobre el toro marino y pinta con bocas y mojitos.

 

 

      VI

                  

   Contemplo tus ojos, mujer Mirada Fuerte,

que de un golpe me dejan mudo y ciego

   de asombro, clavando rayos en mi corazón

con el fuego verde de un instante ardiente.

   Ni María ni Magdalena,

ni un libro abierto con palabras más allá

   de ego sum lux mundi, sino un jardín

de sombras, senderos ocultos y lenguas

   locuaces me enseña, en las cuevas de esa

mirada española, frescos del cielo y del infierno.

 

 

      VII

 

   Son pechos erguidos marrón claro

bajo mechones de nubes casi desnudas,

   ese refugio de grutas y hendiduras,

horquillas, crestas y espejos con puntas:

   los Pirineos, que se extienden hasta

este vasto templo de Stella Maris.

   Siglos con lágrimas de un montón de

piedras, lágrimas de una belleza ciega,

   dolor sordo, silla a ti confesa, Santa Magi.

Dentro, tiniebla postración de vergüenza, rojo.

 

 

      VIII

 

   Por la serenidad de sus arcos,

la piedad de su mirada introspectiva,

   siento la cálida y palpable lisura

de tu piel extranjera que me habla de ángeles.

   Omóplato un ala detrás de ojos verde mar

y pelo que crece más allá del tiempo,

   más allá del dentro que es fuera, trascendiendo.

De tu boca redonda, con labios que son

   misterios, ondea a mi encuentro un pendón

con el texto gloria in excelsis oh tú.

 

 

      IX

 

   Y resuena con mi palabra en tu carne:

et in terra pax hominibus bonae

   voluntatis, mientras siento piedad sobre

piedad de tu amor sensible a Dios, que

   anega el barco de alma crujiente de mi

corazón sombrío cabeceando a la deriva.

   Pero Santa María exuda cielo

bajo conmovedoras líneas de costillas lisas,

   dedos que se deslizan por la sencillez tallada,

su curva tu vientre un niño que habla:

 

 

      X

 

   Ven, en la oscuridad casi tan sacra

como el silencio zumbante en el oído

   me quito la dulce y corderil pintura

blanca de la cara, me lavo las orejas y,

   fiándome de tu amor interno, dejo

atrás el taparrabos y el lienzo de pintor.

   Primer paso por el panel de un tríptico.

En un santiamén de incredulidad veo, cual

   collar desnudo bañado en plata, la sombra

de un cordón umbilical mojado en llanto.

 

 

      XI

 

   Tierra tengo bajo tus pies, ven,

tú, tras mil membranas escondida,

   madre no parida de pechos devotos,

concha de la estrella de mar azul y blanca,

   la piedad de tu Dios me deja partir

en tenue luz, tan limpios tu deseo y tu gozo,

   no temerosa de las serpientes que envuelven

tus piernas, doncellas en fila maduran

   en ti, no mancillada por ciudad ni caserío,

ojos agraciados que saben sufrir.

 

 

      XII

 

   Beldad archimilagrosa y corriente,

consejo entrelazado en tiempos dorados,

   que eres ya aquello que aún ha de ser,

ociosidad conducente a beatitud,

   eludiendo el manco sufrimiento,

irguiéndose en considerable encanto,

   loada, loada, tres veces loada,

en poder investido con preciosa seda,

   plegaria en clemencia indulgente,

que se queda con la lejana recordada

 

 

      XIII

 

   en un mar de luz, los días se afanan

por el hondo saber residente en la muerte,

   placer de boca ofrecido a los ojos,

pensamiento resonante vertido en un vaso,

   dame d´honneur de vin de tache de beauté,

deseosa de dulces y frutos del cielo, beldad

   bondadosa y silenciosa siempre en marcha,

diva girando hacia arriba escalera giratoria

   abajo, punta de mariposa cerrada pinchada

contra el cielo lejano, radiante morada invertida.

 

 

      XIV

 

   Céfiro que te columpias en sábanas de espuma,

huésped y entrada de una curvatura cósmica,

   anochecer y amanecer marinos en una única

concha, que lees ardientes fiebres amorosas,

   refugio certero de pecadores errantes,

que unges el alma rezumante de dolor y carga,

   en mano ligera las noches mano ligera,

soberana y guardiana de nubes de alas,

   manto de sangre sobre nogal de carne,

agua fresca y pura para desierto leído en labios.

 

 

      XV

 

   Con doce mejillas por campos alobados,

mirada con azotes de belleza a la vista,

   un sí a todo en ojos levantados,

virgen de autorretrato en tres colores,

   puerto de paz que navega nube del este,

Eva sonrojante de serpientes manzanadas,

   rosaleda inmersa en gotas estivales,

alegría entre pátina de oro y dragones,

   valiente y suave lecho de plumas amorosas,

mas con arena en el pelo y la sal del mar.

 

 

© Traducción española: Diego J. Puls; publicado por Paso de Barca, Barcelona, 2012