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EL PRÍNCIPE DE LAS CINCO CABEZAS

 

(versión para España)

 

Érase una vez un príncipe que tenía cinco cabezas: una triste, una alegre, una de sorpresa, una de enfado y otra traviesa.

Cuando se iba a dormir, su madre, la reina impecable, le desenroscaba la cabeza del día y le preparaba ropa limpia y una cabeza nueva para el día siguiente.

 

Las cinco cabezas eran fáciles de limpiar.

La reina impecable les quitaba el polvo todos los días.

Una vez por semana las metía en agua con jabón.

Y todos los meses les cortaba los pelos enredados.

 

El príncipe había perdido su cabeza original una vez que la reina impecable se marchó de casa unos días para hacer un curso de Limpiar Más Limpio.

Pero ni siquiera el príncipe recordaba qué había ocurrido, y circulaban los rumores más disparatados al respecto...

 

Cuando el príncipe llevaba la cabeza de enfado, la gente se asustaba tanto que hacía todo lo que él decía.

 

Si se ponía la cabeza de sorpresa, todos pensaban que no entendía nada y que era un poco tonto.

Y se reían en su cara.

Y cuando el príncipe de las cinco cabezas llevaba su cabeza traviesa, le echaban la culpa de todo.

 

Cuando se ponía la cabeza triste, todos trataban de animarlo el día entero.

 

Cuando el príncipe de las cinco cabezas llevaba su cabeza alegre, estaba siempre listo para festejar lo que fuera.

Además, él mismo podía desenroscarla para jugar al fútbol con ella.

Naturalmente, sin la cabeza puesta no veía nada, pero eso hacía que el juego fuera todavía más divertido.

¡Con tal de que no lo viera la reina impecable!

Porque el príncipe ya había roto dos cabezas jugando al fútbol, y las cabezas nuevas eran muy caras.

 

Un buen día, la reina se marchó de casa para hacer un curso de Lavar Más Blanco.

Justo cuando el príncipe de las cinco cabezas estaba jugando al fútbol tan ricamente, empezaron a caer chuzos de punta. Entonces corrió a refugiarse en el palacio y olvidó su cabeza.

—¡Chss, príncipe, te has olvidado la cabeza! —le dijo en voz baja el cocinero, que también era bastante despistado.

A toda prisa, el cocinero despistado y el príncipe salieron al jardín para buscar la cabeza alegre.

Pero no la encontraron por ninguna parte...

 

El príncipe tuvo miedo de que la reina impecable enfureciera cuando descubriera que no le quedaban más que cuatro cabezas. Pero como se había quedado sin cabeza, no se le ocurría ninguna solución.

—Hagamos nosotros mismos un par de cabezas, con masa de pan —propuso el cocinero despistado.

Ninguna de las cabezas de masa se parecían a la cabeza alegre perdida, pero escogieron una de todas formas.

—Mejor esto que nada —suspiró el cocinero.

 

Pero la reina impecable no opinaba lo mismo.

—¡Qué pintas tienes! —le dijo al príncipe—. Dame esa cabeza, que la voy a meter inmediatamente en agua con jabón.

Y le arrancó del cuello al príncipe de las cuatro cabezas la cabeza recién hecha.

Pero la cabeza de pan todavía estaba muy caliente.

La reina impecable se llevó tal susto que se le cayó de las manos y se hizo añicos.

—¡Ya estoy harta! —chilló—. Ahora mismo nos vamos al pueblo a comprarte una cabeza fija.

Y se fueron a ver a un doctor que sabía mucho de cabezas.

 

—Buenas tardes, altezas —dijo el sabio doctor—. ¿Han venido a adquirir un nuevo juego de cabezas? Tenemos una promoción muy golosa.

—No —replicó la reina impecable—. Esta vez hemos venido a comprar una cabeza fija.

Allí estaba pues el príncipe de las cuatro cabezas, con su madre probándole una por una toda clase de cabezas.

—Demasiado pálida —decía.

O bien:

—Orejas de soplillo.

Y también:

—¡Qué nariz más fea!

Pero al llegar a la cabeza número quince ya no dijo nada.

 

El príncipe de las cuatro cabezas se miró al espejo y asintió.

—Se trata de un modelo fuera de serie, de fácil sonrisa —explicó el sabio doctor—. No muy adecuada para llorar, pero de todos modos se supone que eso no lo harás mucho.

—Nos llevamos ésta —dijo la reina impecable.

—¿Está usted segura? —preguntó el doctor—. Una cabeza fija es para siempre...

—¡Estamos seguros! —exclamó el príncipe.

Y el sabio doctor fijó para siempre la nueva cabeza del príncipe.

 

Pero ¿qué había pasado con la cabeza perdida?

Cuando el príncipe de las cinco cabezas corrió a refugiarse sin su cabeza alegre, la lluvia se la llevó y fue a parar al foso de un castillo. En el castillo vivía una princesa solitaria. Al ver la cabeza flotando en el agua, pensó: «¡Qué cabeza tan chula! Seguro que pertenece a un príncipe muy divertido con quien podría jugar a la oca.»

Y pescó la cabeza del foso.

 

La princesa solitaria metió la cabeza en una jaula para pájaros y salió en busca del príncipe perdido. Cada vez que llegaba a un castillo, alzaba la jaula con la cabeza diciendo:

—¡Quisiera jugar a la oca con este príncipe!

Por fin llegó al castillo de la reina impecable.

—Mi hijo tiene ahora una cabeza fija —explicó—. Ya no utiliza cabezas de rosca.

La princesa solitaria se puso muy triste.

 

—Pero esa cabeza alegre sirve de balón para jugar al fútbol —dijo el antiguo príncipe de las cinco cabezas—. ¿Jugamos un partidito?

—¡Vale! —dijo la princesa que ya no estaba sola.

Y se pasaron toda la tarde jugando al fútbol.

 

 

 

© Traducción española Diego Puls, 2010