HAY QUE VER MI PADRE |
Hay que ver mi padre siempre en primera fila denunciando la injusticia. Fue compañero de viaje, comecedor en las olas de la historia, que describió con mano firme, perseverante sin balas se aventuró en nebulosas ciudades lejanas, ajeno al llamado de faldas distantes como la que alzó mi madre cuando me parió.
Habráse visto mi padre del que me enorgullecía tanto que quería seguir sus pasos, menuda compañerita de viaje; hasta viajaba upa upa en su regazo en camello por el desierto con la caravana lejos de la que siguió gimoteando durante años en su cuarto sin permitirse pegar ojo ni dejar entrar la luz del día, ni el aire libre, ni el extranjero ni tampoco la cara paterna para marchitarse todavía más que por mi afloración
pero mi padre, ay ay compañero, estaba en Chile, Nicaragua, cruzando el océano en un barco de vapor, en la mazmorra en Bolivia con barba, cuchillo y sombrero el mundo un pañuelo para encontrarlo y ella sola criando toda una nueva vida.
Mis huellas se derriten en la nieve. Adoptan la forma de un animal involuntario y desaparecen de pronto a medio camino.
Hagar Peeters (título original: Godbetert die vader van mij; extraído de Koffers zeelucht [Maletas de aire marino], editorial De Bezige Bij, Ámsterdam, 2003) © traducción española para Chile: Diego J. Puls (con motivo del Día de la Poesía, 21 de marzo de 2015, Cementerio Católico Santiago de Chile) |