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FLORIÁN (fragmento)
Tapa Florián

 

1

 

Todo era normal. Por la calle caminaba gente normal, que tenía una nariz normal y orejas normales. Los carros tocaban bocina como era habitual y los aviones sobrevolaban los techos de las casas haciendo un montón de ruido, sin que a nadie le pareciera raro. Era un día que nadie recordaría, porque todo era tremendamente normal.

Hasta que un pajarito se posó en la cabeza de Florián, cambiando completamente las cosas.

—¡Jelle, fíjate! —le dijo la mamá de Florián al papá—. ¡Fíjate en la cabeza de Florián!

Estaban los tres sentados en el jardín del fondo, porque hacía un tiempo bastante bueno, con nubes blancas y alguna nube gris. El cielo entre las nubes era de color azul y estaba atravesado por líneas dibujadas por los aviones. El hombre que leía el pronóstico del tiempo por televisión había dicho que se esperaba tormenta, pero los nubarrones se habían detenido a la altura de Bélgica, sin llegar a Holanda.

Jelle levantó la vista del diario y se fijó en la cabeza a Florián. Después de pensarlo un buen rato, dijo:

—Es un gorrión.

—Eso lo sabe cualquiera —dijo la mamá, que se llamaba Mieke—. Lo que pasa es que está posado en la cabeza de Florián.

Jelle se quedó mirando la cabeza de su hijo. Era todo muy curioso. Se trataba de un gorrión de lo más normal, y la cabeza de Florián también era normal. Lo anormal era que ese gorrión tan normal se hubiera posado en la cabeza de Florián.

Jelle soltó un suspiro y dijo:

—Pensé que hoy nos tocaría vivir un día normal. Un día sin nada de particular, y hay que ver lo que pasa.

Intentó seguir leyendo, pero no lo logró. No podía dejar de mirar la cabeza de Florián por encima del diario.

Florián era pelirrojo. Su pelo era realmente muy rojo. Los otros niños no le decían cosas desagradables porque pensaban que se lo había teñido. Encima de ese pelo rojísimo se había posado un gorrión. El propio Florián no lo veía, porque no podía mirarse la parte de arriba de la cabeza. Sentía que algo le hacía cosquillas, pero le costaba imaginarse que tuviera un gorrión entero posado en la cabeza. Se llevó la mano a la cabeza para tocarse el pelo, pero el gorrión se voló. Y cuando ya no estaba la mano, el gorrión volvió a posarse.

—No tengo nada en la cabeza —dijo Florián.

—Tendrás que afrontar los hechos, Florián —dijo Jelle.

—Es muy original llevar un gorrión en la cabeza —dijo Mieke—. Te queda muy bien.

—¡Se creen muy chistosos! —dijo Florián.

A Jelle y a Mieke les gustaba hacer chistes, porque tenían sentido del humor.

—Mírate en el vidrio de la puerta —dijo Jelle—. Eso te ayudará a enfrentarte a los hechos.

Florián contempló su imagen reflejada. Primero pensó que tenía un aspecto normal, hasta que vio que algo se movía entre sus chinos.

—¡Tengo un pájaro encima de la cabeza! —exclamó.

—Un gorrión —dijo Mieke—. No digas pájaro si sabes que es un gorrión.

—Podríamos ser todavía más precisos —dijo Jelle—. En latín se denomina passer domesticus.

El papá de Florián entendía mucho de casi todo.

—Solía ser un pajarito muy normal —dijo—. Pero hoy en día escasea, al menos en Holanda.

—Todo va de mal en peor —dijo Mieke—. Cuando yo tenía la edad de Florián, por las mañanas nos despertaban los trinos de los pájaros.

—¡Qué tiempos aquellos! —dijo Jelle—. Seguro que la culpa la tienen los extranjeros.

Lo decía en broma, naturalmente. Nunca diría una cosa así de puertas afuera, pero dentro de casa sus papás se la pasaban diciendo cosas humorísticas. Florián ya hacía rato que estaba acostumbrado.

—¿Por qué lo hará? —preguntó Florián.

—¿Por qué quién hará qué cosa? —preguntó Mieke, que estaba con la cabeza en otro lado, porque de un momento a otro se había puesto a mandar mensajitos.

Flrn tne 1 gorrn n l cbza vngan a vrlo tecleó en el celular.

—¿Por qué se habrá posado en mi cabeza el gorrión?

—Pensará que eres un niño muy simpático —dijo Mieke.

—O que tu cabeza es un arbusto —dijo Jelle—. Es hora de que vayas a cortarte el pelo.

Florián levantó la cabeza con cuidado para mirar el cielo y vio pasar unas nubes blancas. «De una cosa estoy seguro», pensó. «Cuando sea grande no seré chistoso. A ver si me acuerdo.»

—Creo que está enamorado de tu pelo —dijo Mieke.

—Perdidamente enamorado —dijo Jelle.

Florián agitó las manos por encima de la cabeza. Muy bonito lo del gorrión, pero ya era hora de que se fuera. Era mejor ser un niño normal, sin ningún gorrión. Cuando fuera grande iba a ser investigador y entonces iba a investigar cosas difíciles, así que era mejor no tener gorriones metidos en el pelo.

Mieke dejó de mandar mensajitos y dijo:

—¿Qué estás haciendo? ¡Así se te volará!

Florián se detuvo a pensar. Tal vez fuera mejor dejar al gorrión en paz, aunque sólo fuera temporalmente, para que la gente viera que no era un niño cualquiera, como tantos otros. Para que en el futuro dijeran que ya de niño había sido muy especial. «Passer domesticus», pensó. «A ver si me acuerdo.»

—Tú siempre me estás haciendo reír —dijo Mieke—. ¿Sabes qué me encantaría? Que cuando fueras grande te hicieras humorista.

Florián cerró los ojos y soltó un gemido. Alguna vez había visto humoristas muy aburridos por televisión. Tuvo ganas de pegarle un manotazo al gorrión para quitárselo de encima, pero se contuvo. El pobre animal no tenía la culpa de que en la televisión hubiera hombres aburridos haciéndose los chistosos.

—¡Un momento! —dijo Jelle—. Voy a sacarle una foto.

Dejó el diario encima de la mesa y entró en la casa.

—¡Qué bien! —exclamó Mieke—. Es un bonito recuerdo para más adelante.

Florián reflexionó un momento sobre aquellas palabras. «Más adelante. En realidad, ahora ya es más adelante que hace un rato, de modo que siempre es más adelante», pensó.

Pasó un rato.

Jelle volvió con la cámara de fotos y se puso a mirar por el visor.

—En las fotos el tiempo siempre está detenido —dijo Florián—. O sea, que en realidad en una foto aparecen cosas que ya no existen.

—¡Clic! —hizo la cámara.

—¡Listo! —dijo Jelle—. Ya lo tenemos registrado. ¿Qué decías?

—Nada —dijo Florián, dando lentamente unos pasos hacia el centro del jardín.

El gorrión se quedó donde estaba y dijo «pío», nada más. Pero Florián enseguida comprendió que sobre ese «pío» podían escribirse libros enteros.

Se trataba de un pío sensacional, porque seguramente era el primer pío de la historia cantado encima de una cabeza humana.

—¿Alguna vez presenciaste algo semejante? —le preguntó Mieke a Jelle.

Jelle dobló el diario para guardarlo, frunciendo la frente.

—¡A que no! —dijo Mieke—. Nunca presenciaste nada semejante.

—No —dijo Jelle—. Lo que deberíamos preguntarnos es si eso lo convierte en algo anormal. Imagínate que una vez por año se pose un pájaro en la cabeza de alguien. ¿Seguiría siendo anormal? ¿Y una vez por mes? ¿Dónde está el límite? ¿Cuántas veces tiene que ocurrir algo anormal para que se vuelva normal?

Florián sabía muy bien lo que estaba pasando. Tenía que decir algo inmediatamente, porque si no sus papás iniciarían una plática interesante y a él le sería imposible intervenir.

—A ver… —empezó Mieke.

—¿Ya no se irá nunca más? —dijo Florián en voz demasiado alta.

Mieke y Jelle lo miraron como si lo estuvieran viendo por primera vez. Florián se dio cuenta de que pensaban «nuestro hijo necesita atención, nuestro hijo tiene un pájaro encima de la cabeza».

—¡Claro que sí! —dijo Mieke—. En algún momento tendrá que comer.

—Y beber —dijo Jelle—. Y hacer las compras. E ir a trabajar.

—Claro —dijo Florián, mirando su reflejo en el vidrio de una de las puertas que daban al jardín.

El gorrión miraba a su alrededor con gran curiosidad, estirando sus alas una por una. Luego empezó a rascarse la cabeza. ¿Tendría pulgas?

—Alguna vez oí decir que los pájaros transmiten unas enfermedades contagiosas terribles —dijo Mieke.

—La fiebre del loro —dijo Jelle.

—Me refiero a otra cosa —dijo Mieke.

—¿La peste de las gallinas? ¿El moquillo de las aves? ¿El piojo de las plumas? ¿El miedo a volar? —preguntó Jelle.

Y así siguieron platicando un buen rato. Florián pensó: «Menos mal que estoy vacunado».

Volvió a mirarse en el vidrio de la puerta. El gorrión estaba posado apoyando la panza y parecía dormido. ¿Entraría en la casa junto con Florián? En un espejo de verdad podría verlo mejor.

—Tal vez se deba al calentamiento de la Tierra —dijo Mieke.

—¿Qué cosa? —preguntó Jelle.

—El que los pájaros estén demasiado cansados para volar —dijo Mieke—. Deberíamos vender el carro.

Jelle se echó a reír a carcajadas. Parecía un carro al que le cuesta arrancar. Era bastante habitual que se echara a reír de repente y que por poco se ahogara.

—¿Creen que el gorrión entrará conmigo en la casa? —preguntó Florián.

—No lo sé —dijo Mieke—. Nunca en mi vida vi un mirlo tan extraño.

Le dio unas palmadas en la espalda a Jelle, porque cuando alguien se está ahogando, hay que darle palmadas en la espalda.

Al final había resultado ser un día bastante anormal, aunque en casa de los vecinos tal vez no había ocurrido nada. Era posible. Lo anormal a veces es un fenómeno local, como los nubarrones que se detienen a la altura de Bélgica.

Florián quiso entrar sigilosamente en la cocina, pero al gorrión le pareció demasiado. Desplegó las alas y se fue volando derechito al techo. Allí se quedó bien quieto, mirando hacia abajo.

—¡Se fue! —exclamó Florián.

Era una sensación muy desagradable el que el gorrión se hubiera ido. A Florián le pareció tener la cabeza tan vacía como una pista de aterrizaje. Volvió a salir rápido al jardín.

Entonces se produjo un milagro. El gorrioncito lo vio y se tiró desde el techo. Parecía una pelotita de plumas con alas y patas. Aterrizó en la cabeza de Florián con las patitas estiradas; las uñitas le pincharon la piel.

—¡Increíble! —dijo Jelle.

—¿Se habrá vuelto loco el animalito ese? —preguntó Mieke.

Naturalmente, el gorrión no estaba loco ni mucho menos. Tenía pensamientos muy profundos, mucho más profundos que otros gorriones. Por eso hacía cosas que otros gorriones no hacían. Este gorrión había reconocido algo en Florián, no podía ser de otro modo. De alguna manera, este gorrión sabía que también Florián tenía pensamientos muy profundos, y por eso se había posado en su cabeza. Parecía un milagro, pero en realidad era todo muy lógico.

 

 

 

Guus Kuijer (título original: Florian Knol (editorial Querido, Ámsterdam 2006)

© traducción española para México: Diego J. Puls 2007 (publicado por Ediciones Castillo, México 2008)