UNA CASA DE AIRE |
Este es el aire en que vivimos. Aire libre, aire tibio, aire vaporoso, aire de cobre, aire de compresión, aire de válvulas, aire de titanes, aire de susurro, aire de madre.
Nos alojamos en el aire que huele a toldos sofocantes y a hierba cubierta de rocío. Aire que huele a colchón gastado o a cartón húmedo (y nuestro perro está mojado). Percibimos olor a hormigón, olor a especias, olor a hogar de ancianos cargado de ventosidad y col,
olor a cloaca.
Nos abrimos paso por aires de tormenta y aires de lluvia. Y aire de mosquitas. ¡Sí, aire de mosquitas! Remolinos, bancos de niebla, cortinas de humo. Aire plomizo de chatarra y partículas.
Y aire con cúmulos oscuros. Aire de la furia de días ventosos, nos dispersa como hojas de otoño.
Circulamos como almas en pena por aire hablador entre transeúntes, sus olores perfumados, sus suspiros lamentados.
Aire que dos enamorados inspiran y espiran en sus respectivas bocas o el aire pegajoso entre cuerpos copulantes de dos o más personas. El aire abrazador.
Fumamos aire motorizado, aire de camiones, aire de neumáticos, aire de tubos de escape, aire quemado. A veces el aire se inflama en nuestros pulmones.
Entonces nos mareamos, nos embriagamos, nos llenamos la cabeza de aire imaginario, aire de crepúsculo, aire de cuento de hadas, aire de aires.
Habitamos aire de ambulancia, aire de farmacia, aire amputado, aire atormentado aire de entierro.
El último aire que exhalamos es aire gemido. Nuestro aire errante vagabundo.
Con nuestros abrigos agujereados cazamos aire melancólico mediante globos que expulsan aire importados de una patria abandonada, aire de venta por correo, aire de país extranjero.
Esperamos como pollos expuestos al aire que soplan calentadores en los umbrales de las tiendas. El aire de chimeneas y campanas de humo. Aire de ventiladores en veranos apestosos. Aire de rejas de ventilación donde nos asamos cual chorizos.
Aire mendigado en vasitos de cartón. Aire de segunda mano con olor a rancio. Aire desechado es lo que poseemos.
Nuestro olfato es nuestro perro. Estamos esperando olor a comida. ¡Olor a comida! ¡Oh, olor a comida!
Cuchillo y tenedor en mano nos apostamos en las entradas de los sótanos y los vanos de las puertas. Olisqueamos, paladeamos, nos relamemos:
olor a desayuno, olor a almuerzo, olor a alimento.
¡Se nos hace agua la boca oliendo el pan de panaderos madrugadores! ¡El olor a carniceros de bistecs y laqueadores de patos chinos! Olor a bullicio de feria, olor a buñuelos espolvoreados, olor a barquillos calientes.
Nos llenamos la panza con olor a asado y olor a frito. Acompañado de olor a café humeante. ¡Viva el olor recalentado! Nos ruborizamos ante tanto aroma.
«Estamos tan flacos, señora, señor.»
Leemos el aire cual papel de diario mojado, el aire que miente con descaro, aire de lágrimas azules. Aire de agujeros. Somos los auténticos medidores de nubes.
El aire en que vivimos es el aire gratuito, el aire de nada. En aire es en lo que nos convertimos.
Maarten Inghels (título original: Een huis van lucht, Poema de la ciudad [de Amberes]) © Traducción española: Diego J. Puls 2016, con ocasión del XIII Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua (por encargo del Fondo Flamenco de las Letras) |