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LETANÍA DEL TIEMPO

 

 

Que esos interminables días estivales

al principio aún parece acariciar muy

suavemente nuestro pelo

 

pero que a continuación sin aviso previo

como un viento sostenido, restregante,

nunca amainante comienza a soplar

 

nos atraviesa sin que en ningún momento

ni lugar haya reparo posible de forma

que lentamente nos desmantela

 

ahueca, desintegra. La piel de

nuestra carne, la carne de nuestros

huesos, nuestros huesos hechos polvo.

 

 

II 

 

El aplastador silente,

la apisonadora despiadada, el cruel

despedazador, el omnipotente

 

destructor de mundos es él

que no deja árbol ni persona

en pie, ni piedra sobre

 

piedra, ni planeta en su órbita,

que al cabo también quita la luz

a todas las estrellas.

 

 

III 

 

Que no deja en paz ninguna célula,

ninguna fibra de nuestros cuerpos inermes.

Que nos somete y subyuga y engatusa

 

almacenando en algún lugar de nuestras

mentes, aunque no sea más que por el

breve espacio de nuestras existencias

 

lo que pasó y lo que en vida no

queremos olvidar. Hasta que una y otra

vez al dejarse tentar se le va la mano

 

y acaba hundiéndonos tan completamente

que pierde para siempre

el control sobre nosotros.

  

 

IV

 

Ese es entonces lo tomas o

lo dejas el único convenio

que en nuestros comienzos,

 

aún ayunos, nos vemos

forzados a suscribir con él:

que la vida solo puede

 

ser vivida si y

porque pasa,

porque nosotros pasamos.

 

 

V

  

Porque luego sin él: ¿estaría

entonces todo comprimido

en un único instante indivisible?

 

¿No ocurriría entonces nada o todo

al mismo tiempo porque no

habría pasado ni futuro?

 

¿No existiría ningún deseo entonces

ni esperanza ni recuerdo

no habría causa ni consecuencia?

 

¿Su afán destructor nos deja tan

pasmados y obcecados que ya no

podemos ver que también es

 

el siempre fiel, siempre presente,

el potente hacedor, el educador

paciente, el sabio maestro?

 

 

VI

  

Intangible, nada es el tiempo

pero sin él tampoco nosotros

seríamos nada, no habría nada

 

en ninguna parte. Porque aunque

deja que acabemos por igual

todos y todo, él es aquel

 

que conoce el código secreto

por el que en algún momento, en

algún lugar, algo puede comenzar.

 

 

VII

  

Que dio a multitud de universos

la oportunidad de originarse de la nada.

Que observó en silencio cómo

 

con exasperante lentitud se formaban

estrellas, cómo a continuación se aglutinaba

materia aquí y allá creando un puñado

 

de planetas, sin intención alguna, hasta que

por puro azar en algún lugar de pronto se originó

y desapareció y se originó algo extraño llamado vida.

 

 

VIII

  

Cuánto de él no hizo falta para nosotros

ahora que sabemos que todo lo que vive solo existe

por la gracia de montones de estrellas

 

estalladas al azar en esos millones de años que nos

precedieron. Porque solo en ese horno abrasador

pudieron forjarse todos los elementos de la vida

 

tras lo cual a trancas y barrancas

con infinita paciencia y cien billones de

células se ensamblaron nuestros cuerpos.

 

 

IX

  

Cómo con todo por él aprendimos a mirar, escuchar,

caminar en y por nuestras propias breves vidas

en las que, sí, de tantas cosas hay que despedirse.

 

Cómo los árboles que todavía plantamos nosotros mismos

pese a ello nos es dado ver crecer casi hasta el cielo mientras

a la par aparecen también por doquier y sin parar cosas

 

nuevas: cada vez nuevos niños, animales y plantas

jóvenes que viven hambrientos y cómo hoy aquí

ante mis ojos mi nieto da sus primeros pasos

 

y canta aquello de tengo una vaca lechera demostrando

irrefutablemente que es pues el tiempo el verdadero inventor,

el padre, la madre, el guardián de todo amor.

 

 

X

 

Que algún día o alguna noche pues nos llegará

la hora. Sí, esa vez el tiempo pasará él mismo

a vernos para anunciarnos que en adelante

 

nos dejará en paz. El instante en que nuestros

corazones ya no, nuestros pulmones ya no,

el momento en que la cohesión absolutamente

 

imposible de nuestros cien billones

de células acabe como es de prever

en una fiesta desatada de la entropía.

  

 

XI

 

Mientras que todo lo que por tan breve tiempo

tan milagrosamente conformó nuestro yo

es lanzado otra vez al mundo como en el

 

estallido de una bomba de fragmentación

insonora: observa un momento de cerca

nuestros veinticinco billones

 

de glóbulos rojos cada uno de los cuales

contiene doscientos setenta millones de

moléculas de hemoglobina que a su vez

 

se componen de diez mil átomos cada una.

Y sé plenamente consciente de que ninguno

de esos átomos se perderá jamás.

 

Bacterias, hongos, plantas, árboles, animales,

personas: todo está en la cuerda floja. En adelante

seguiremos existiendo ayunos en lo vivo.

 

 

XII

  

Que nuestras conciencias aún se mantienen

brevemente incandescentes en un puñado

de personas, imágenes, palabras

 

y ya pronto se extinguen. El tiempo,

finalmente también a nosotros nos

liberó y nos puso fuera de juego.

 

Quienes por un momento fuimos

volvemos a ese estado más probable

y que nos es tan familiar

 

de no existir. Y es que antes de estar

aquí, en todos esos miles de millones

de años anteriores tampoco estuvimos.

 

 

 

Marc Tritsmans

© Traducción española (por encargo del autor): Diego J. Puls 2019